miércoles, 1 de junio de 2011

EPISODIO PICARESCO

Me duele que pienses eso de mí, Marcos, mi amor, que creas que fui capaz de hacer aquello, por ello te escribo esto, con dolor, para que creas mi inocencia.
Siempre he sido algo problemática, algo difícil de manejar, lo admito. Me crié en un pequeño internado en Castilla y León. Nunca llegué a conocer a mis padres. Me encontraron en la puerta, abandonada, con una nota que decía: "Cuidarla como yo lo haría".
A los siete años salí de allí, después de haber pasado allí toda mi vida, ya que me adoptó una mujer que rondaba los setenta, y que se encontraba muy sola. Me adoptó, eso sí, porque era alérgica al pelo de los animales, no podía comprarse una mascota, y ya probó con peces e incluso una tortuga, y no funcionó.
Cuando vi que me escogía entre tantas niñas que había en el orfanato,  me sentí la niña más afortunada del mundo...Me equivocaba. Ésta mujer ni siquiera intentó cogerme cariño. Era como su juguete, su mono de feria, para que la entretuviera, o simplemente, para hacerla compañía.
Nunca me llevó a la escuela, no quería que conociera otra vida, que me escapara quizás, así que tenía un profesor particular, aunque apenas dos horas al día. El resto del tiempo lo empleaba limpiando la casa, o mejor dicho, la mansión. No me sobraba el tiempo.
Cuando la vieja dormía, en su vieja mecedora, yo aprovechaba para jugar, le cogía sus libros, sus figuras de cristal, y me entretenía con ellas.
Pero un día rompí una. Creí que no estaba en peligro porque la vieja no se había despertado, pero a la mañana siguiente descubrió que faltaba uno de sus caballos de cristal, y tuve que sacra los pedazos de mi escondite. Me azotó, las heridas me duraron semanas, y me redujo la comida, es decir, si antes comía poco, ahora menos.
Ya tenía los nueve años, y era una chica lista, ya alta. Eso jugaba en mi ventaja, Las galletitas saladas que tanto me gustaban y que una vez al año probaba se encontraban en el salón, encima de una estantería. Un día en que la vieja se estaba duchando, me decidí a cogerlas. Me subí a una silla, pero no llegaba. Puse cuatro libros debajo de mí para poder cogerlos, y lo conseguí.
Cogí cuatro galletas, y la vieja no se enteró, pero un día, cogió uno de sus libros y vio en la tapa dos pequeñas huellas de zapatos. Me hizo confesar, y al principio la mentí, pero con una poco creíble mentira.
Le dije la verdad, y me abofeteó aún más. En ese mismo instante me juré y me perjuré que jamás debñia mentir, porque luego es peor.
Deberías creer que lo he cumplido, deberías hacerlo, de verdad, sola y únicamente porque te quiero.

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